Professor Vaclav Smil - Innovación con cautela
Al comienzo del siglo XXI, la obsesión es la innovación. Según el Ngram de Google, el término "innovación" aparece casi 2.5 veces más frecuentemente que hace 20 años. Si hacemos una búsqueda en la base de datos Web of Science, que indexa casi 10,000 publicaciones periódicas, aparecen más resultados para "innovación" que para "economía". La innovación se ha convertido en el nuevo mantra, más que una mera promesa universal de avance imparable, siendo, cada vez más, una etiqueta asignada de manera casual a todo tipo de transformaciones planetarias impulsadas por la IA. Recomiendo un profundo escepticismo o al menos una gran precaución.
En el campo de la medicina, varias promesas recientes incluyen no solo avances revolucionarios en la repetidamente invocada y relanzada guerra contra el cáncer así como en el aplazamiento y la derrota del deterioro cognitivo relacionado con la edad, sino también la llegada de tratamientos médicos individualizados basados en un profundo conocimiento de la composición genética de una persona. Aunque ha habido apreciados e importantes avances en tratamientos, por ejemplo el rápido despliegue de nuevas vacunas de ARN mensajero para controlar la pandemia de COVID-19, o las crecientes tasas de supervivencia en los cánceres de cabeza y cuello, no hemos visto un progreso grandioso, arrollador. También tenemos que contar con algunos retrocesos notables en resultados en el ámbito de la salud en general, entre ellos la expectativa media de vida y la disponibilidad de atención médica básica.
La innovación se ha convertido en el nuevo mantra, más que una mera promesa universal de avance imparable.
En 2023, la expectativa de vida en EE. UU. había caído a su nivel más bajo de dos décadas. En algunos países ricos, por ejemplo Canadá, Australia y Noruega, los enfermos (muchos con dolores) tienen plazos de espera más largos para cirugías comunes como las prótesis de cadera y rodilla. El envejecimiento de la población de Europa afronta una escasez de 1.8 millones de trabajadores sanitarios, y ningún país cuya población envejece, siendo China el que encabeza la lista actualmente en términos absolutos, está preparado para hacer frente a la creciente marea de atención física y mental que se requerirá en el futuro próximo. Ninguno de estos retos se resolverá con el consumo masivo de fármacos antiobesidad.
En cuanto al estado del entorno global, a menudo oímos hablar de adelantos de alta tecnología —desde los megaparques eólicos en plataforma marina hasta el hidrógeno verde barato, y desde bombas de calor de alto rendimiento hasta la electrificación de todo— que descarbonizarán el uso energético global para 2050. Sin embargo, desde que el Protocolo de Kioto fijó los primeros objetivos para reducir las emisiones globales de CO2 en 1997, las emisiones han aumentado un 61%. En 2023, alcanzaron un nuevo nivel récord. Las probabilidades de invertir esta tendencia de repente son ínfimas. Para alcanzar el cero neto en 2050, la caída tendría que rondar una media de alrededor de 1.5 gigatoneladas (Gt) de CO2 al año, un recorte anual equivalente a las emisiones combinadas de Alemania, Francia, Italia y Polonia en 2023.
Professor Vaclav Smil - Profesor emérito distinguido de la Universidad de Manitoba y miembro de la Royal Society of Canada.
Es más, las soluciones técnicas disponibles se enfrentan a dos abrumadores retos: escalado masivo y costes asequibles. El mundo producirá unas 0.4 megatoneladas (Mt) de hidrógeno verde este año, frente a unas 95 Mt de hidrógeno negro derivado de hidrocarburos. Solo para descarbonizar la producción global de acero primario y de amoníaco sintético proyectada para 2050 se necesitarían casi 150 Mt de hidrógeno verde. Producir esta cantidad por electrolisis del agua requeriría aumentar su producción de 2024 casi 400 veces, y se necesita todavía más hidrógeno verde para otras aplicaciones en las que es difícil electrificar, especialmente en la producción industrial y el transporte.
Además, no solo no estamos reduciendo, sino más bien incrementando nuevos sistemas de conversión de combustibles fósiles; cada año se añaden más de mil aviones nuevos (que necesitan queroseno de aviación), cientos de gigantescos buques portacontenedores (que queman carburante diésel y fuelóleo pesado), y docenas de altos hornos (cargados con coque, polvo de carbón y gas natural) y hornos de cemento rotatorios (que funcionan con cualquier combustible pesado de baja calidad). Ninguno de estos tiene una alternativa comercial sin carbono que pudiera estar disponible pronto a gran escala y fuera asequible en general. Y aunque instalar una bomba de calor (por 30,000 CHF o 34,000 USD) puede parecerles a los occidentales ricos una especie de ganga (subvencionada), esa cantidad representa unas 10 veces los ingresos medios anuales en Nigeria, haciendo que esta opción sea totalmente inviable para miles de millones de personas de rentas bajas que viven en climas subtropicales y tropicales donde hay la mayor demanda de aire acondicionado.
El revuelo de la innovación relacionada con la sanidad y la energía ha sido moderado si se compara con las exageradas reivindicaciones hechas en nombre de la inteligencia artificial, en especial las realizadas durante los últimos 25 años por el americano Ray Kurzweil, un científico informático, inventor y antiguo director de ingeniería en Google. En 2005, declaró que está cerca la singularidad, en el sentido de "cuando la inteligencia de las máquinas supere a la inteligencia humana, dando lugar a la singularidad: un cambio tecnológico tan rápido y profundo que representará una ruptura en el tejido de la historia humana". En su último libro, publicado en junio de 2024, sostiene que está "más cerca" (no después de 2045), prediciendo que la fusión de la inteligencia biológica y no biológica producirá humanos inmortales basados en software "y niveles ultraelevados de inteligencia que se expandirán por el universo a la velocidad de la luz".
Kurzweil cree que cuando la IA "nos dé pleno dominio sobre la biología celular", el aumento anual de la expectativa de vida se acelerará considerablemente, y que "para las personas diligentes en la adopción de hábitos saludables y el uso de nuevas terapias, creo que esto sucederá entre 2029 y 2035; en ese momento, el envejecimiento no aumentará su probabilidad anual de morir". Así pues, aguantemos hasta 2029, y la vida eterna en una Tierra gobernada por la IA ¡será nuestra! Reconocemos que la mayoría de la reciente logorrea propagada por los medios de comunicación, por recargada que sea, no ha ido tan lejos como las imparables reivindicaciones de Kurzweil, pero aun así están claramente en el reino de la expectación superingenua.
Figura 1: Carga de carbono
Aumentos totales de las emisiones de CO2 relacionadas con la energía, en Gt, 1900-2023
Fuente: AIE
Cuando Marc Andreessen, socio colectivo de una importante empresa estadounidense de capital riesgo, afirma que "la IA salvará el mundo" y que "puede mejorar todo aquello que nos importe", ¿quiere decir eso, o es esta hiperbólica afirmación aplicable únicamente a la gestión de la información? Si es lo primero, insto a los lectores a que preparen sus propias listas de esas medidas para "salvar" y "atender a lo que nos importa" y pregunten lo que la IA hará por ellos dentro de cinco o diez años. Mi lista, cuyos elementos se rigen por su potencial global de salvar vidas, incluiría la eliminación total de las armas nucleares, el desarrollo económico de África, y el fin de la malnutrición. No veo que los cacareados grandes modelos de lenguaje y la IA generativa desencadenen transformaciones fundamentales en la sociedad, la delincuencia o la política. Y, si no, ¿en qué consistirá lo del "todo aquello que nos importe" que la IA hará por nosotros? ¿Escribir cartas con respuesta negativa personalizadas o hacer dibujos animados estilo Picasso?
Los últimos 150 años han sido una época de adelantos científicos e inventos técnicos sin precedentes, pero un examen crítico revela que su ritmo no ha estado acelerándose en general. Las capacidades de computación han sido la excepción más importante a medida que pasamos de los tubos de vacío a la electrónica de estado sólido (mediados de la década de 1950), después a los circuitos integrados (a partir de finales de la década de 1950) y microprocesadores (a partir de 1971), cuyo extraordinario rendimiento permitió los extremos de la supercomputación y los dispositivos portátiles personales. Pero los fundamentos físicos (auténticamente existenciales) de la civilización moderna no han experimentado ningún cambio así de radical durante los últimos 50 años.
El revuelo de la innovación relacionada con la sanidad y la energía ha sido moderado si se compara con las exageradas reivindicaciones hechas en nombre de la inteligencia artificial.
Generamos la mayor parte de nuestra electricidad usando grandes turbogeneradores de vapor, el acero primario se produce en altos hornos y hornos de oxígeno básico, el cemento se procesa en hornos rotatorios, los vuelos intercontinentales se accionan con motores de gas, y los trenes rápidos funcionan con motores eléctricos y los grandes buques con enormes motores diésel. Logramos cosechas de alto rendimiento aplicando fertilizantes sintéticos y seguimos encontrando nuevos usos para los plásticos derivados de hidrocarburos. El mundo de 2024 no es más que una versión del mundo de 1974. Lo que ha cambiado en todos estos casos son las ganancias graduales en eficiencia y rendimiento, y de ahí el coste y la carga medioambiental de estas actividades fundamentales. Estas han sido las innovaciones más consecuentes. Gracias a ellas, necesitamos menos energía por unidad de producto o servicio, haciendo que estos sean más asequibles y más aceptables, y han cambiado muchas vidas al proporcionar mejor nutrición, mejor vivienda y rentas más altas. Tengamos esto en cuenta cuando nos encontremos con otra reivindicación poco crítica sobre las últimas innovaciones transformadoras, trascendentales, que cambian el mundo.